domingo, 10 de junio de 2012
Día del Periodista: algo de Ardizzone
SOBRE PERIODISMO Y PERIODISTAS
“Día de los papeleros”
Por Osvaldo Ardizzone (*)
-Quería contarte, Juan, que el último sábado anduve ahí de festejos.
¿Juergas? No. Bachín de frente. Medio tuco y medio al pesto rociado con una variedad “de la casa” de las capas etílicas de los Greco que recién se hace amigo en la cuarta botella. ¡Qué vas a hacer, Juan! El triste fin de un enólogo. Antes, en las celebraciones, el pedigree del vino te lo denunciaba el corcho añejo. Ahora, para abreviarte el trabajo de investigación, te baten que la tapa de hojalata es la más moderna.
Fijate vos, Juan, nos reunimos unos cuantos “muchachos” para conmemorar el día del periodista, el día nuestro, el de los “papeleros” -como nos bautizaron los sagaces filólogos del lunfardismo- y el tema de la noche fue, justamente, ese. El aditamento del calificativo “moderno” para justificar todo tipo de pseudo y artificioso vanguardismo.
Y, como era natural, de la enología con tapa de hojalata, pasamos al laburo nuestro. ¿Sabés que ese bautismo de “papeleros”, además de ocurrente, es el más acertado? Porque el periodismo siempre fue el afectuoso matrimonio de una hoja de papel y una máquina de escribir. O el encuentro de una hoja de papel y una pluma de ganso, mucho antes que inventaran la typerwriter.
Al cabo ¿qué es un periodista sin papel y sin tinta?
Hace un par de semanas se presentó en la redacción un pibe que, entre el bagaje de sus dudas, traía esa misma pregunta. Nos contó que pertenecía a la Universidad de Lomas de Zamora, donde le habían encargado un trabajo sobre ese tema. Y, frente a un pibe de veinte años que te observa con los ojos asombrados y ávidos de respuestas, te tenés que despojar del saco, de la camisa, y ofrecerle al strip tease de tu mayor sinceridad.
¡Vos querés, escribir, no, pibe? -le pregunté. No, porque aunque parezca pintoresca la pregunta, si querés ser periodista, no es imprescindible que escribas. Se pueden leer noticias, hacer reportajes y preguntar, por ejemplo, “¿Qué opina usted de la popularidad?”. O entrevistar a la reina del sorgo y sorprenderla con una aguda requisitoria como podría ser “¿tiene usted novio?”, o, en una de esas “¿es usted feliz?” ¡Hay tantas preguntas importantes para hacer!
Además, pibe -le advertí -ni te imaginás la competencia que tendrás que enfrentar. Por ejemplo, ¿vos entendés de horóscopos, con preferencia en el aspecto sentimental? ¿Sabés decir, en el momento oportuno, un colalogo y volvemos?
Y volviendo al festejo de “nuestro día”, te confieso que “el perlado de la casa” concluyó por sumirme en una densa melancolía. ¿Y a qué te lleva la melancolía? A la nostalgia.
Entonces ni sé como recordé -y lo comenté en la mesa- unas palabras que decía mi abuela cuando alguna de las muchachas casaderas del ghetto gringo, era festejada por unos de esos periodistas de aquel tiempo. Uno de esos tipos introducidos en un paletó ya raído, de ojos soñadores que parecían más profundos en la palidez hambruna de su cara angulosa. ¿Periodista? -preguntaba la abuela con acento profético. “Per la fame a perso la vista”, concluía en su dialecto invadido de cocoliche. “Por el hambre perdió la vista”.
¡Sí viviese la abuela!
No, abuela, ya no son más aquellos escuálidos idealistas de la sempiterna bohemia un tanto anárquica “que perdían la vista” en aquellos ayunos y en aquellas interminables vigilias en las que solían frecuentar el trato de los maestros, a la luz macilenta de un humeante quincé. Ya no sueñan con la encendida defensa de sus improstituibles convicciones. Queda muy poca lírica, abuela. Ahora, prevalecen más las ambiciones que los sueños. Hay otro espécimen que tipifica la profesión. Por otra parte, con un mínimo caudal de notoriedad se puede ser “firma” apetecible. Basta con llamarse Menotti, por ejemplo. O, en todo, caso, Vilas o Reutemann, o podría llamarse Omar Sívori.
Una especie de Jet Set del periodismo, que nada tiene que ver con la esencia “papelera”. ¡Ah manes de Frascarita, de Borocotó, de Last Reason, de Roberto Arlt!
Después, quedan los profesionales en mimetismo político, los “hábiles” en promover campañas sutiles, los “gourmets” del reportaje, los expertos en la problemática “a nivel de pareja”, los abnegados consejeros de la familia unida, los complacientes advenedizos, los que están enemistados con el idioma, los que se ponen palabras como camisas.
Estaba ya alta la madrugada cuando nos despedimos.
En los quioscos ya estaban ordenando el tributo cotidiano que vomitan las gigantes rotativas. Noticias, noticias, el mundo, la Vida. Éramos cuatro los protagonistas del anónimo festejo. Los cuatro compramos el diario, como siempre, como toda la vida. “Fíjate lo que te predice el horóscopo” -me dijo Antonio con expresión burlona-. “En una de esas, quién te dice, te toca echar buena”.
¿Y querés una confesión, Juan? Cuando me hube instalado en el tren que me lleva a mi refugio sureño, disimuladamente, le eché una mirada a Escorpio. “Gran semana para intentar negocios” -alcancé a leer-. “A nivel pareja, plenitud de sentimientos amorosos en los días ocho y nueve”. Y agregaba el vaticinio. “Cuidado con el día diez”, presagio que, para qué te voy a negar, me preocupó bastante. ¿Vos te reís, Juan?
¡Qué vas a hacer! Uno concluye por adaptarse, como con las cepas etílicas de los Greco añejadas con tapitas de hojalata.
¡Ah, me olvidaba! ¿Sabés qué le dije al pibe de la Universidad? Que le meta adelante con el periodismo. Que es la mejor profesión del mundo.
Más que periodista, “papelero”. Una hoja de máquina, un papel y un montón de sueños. ¿Querés que te diga una cosa? Tenía la cara limpia y hasta le escuché el sonido cristalino de esa campana que todos los “papeleros” llevamos adentro. (Texto gentileza de Mundo Amateur).
(*) Columna del “Hombre Común” publicado el 9/6/1980 en “Goles Match”.
(**) Periodista fallecido el 8 de enero de 1987.
Enviado por TEA y DeporTEA
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